martes, 27 de septiembre de 2011

Cordones


Mirando al piso con cansancio mis ojos encontraron sus cordones que estaban desatados, se encontraba en cuclillas, pelo largo, cara sucia, ropa sucia, zapatillas sucias. Con una habilidad increíble tiraba una tapita de gaseosa  haciéndola rebotar en el pasillo que une los vagones. Lo repetía una y otra vez.
Mi instinto materno se hizo presente cuando pensé que podría caerse si pisaba el cordón. La tapita vino a dar a mis pies, con un mínimo gesto me pidió que se la alcanzara, crucé miradas y vino a mi mente un cuadro, que vi alguna vez no sé donde,  de un niño con la cara sucia y los ojos llorosos, no era el caso. Ninguna tristeza se vislumbraba.
Entonces…creció en mí, más fuerte que la razón, un sentimiento. Pensé en mi hijo, casi de su misma edad, que estaba en casa  y seguramente ya habría cenado, a quién le esperaba una cama cómoda en un hogar cálido. Tristeza. ¿Y si lo llevo a casa?
Miles de pensamientos…escuchaba el ensordecedor ruido del subte en movimiento y a su vez las futuras palabras de mi esposo: “Problemas. Cuando te los llevas a tu casa viene toda la familia y lo reclaman o te sacan plata”. Tenía tantos deseos de cortar con mis prejuicios y tantas ganas de poseer coraje. Pero no. Seguí mirándolo como si sintiéndome mal pudiera solucionar su vida. Observé que mientras yo ponía mi atención en resolver mi moralidad, él terminaba su gaseosa y tenía un nuevo objetivo: lanzarla al piso y que en su  rebote  saliera disparada por la ventanilla. Finalmente después de varios intentos lo logró. Sonreí.
Miré  alrededor, creí que alguien más lo podría haber visto. Pero no. Solo soledad. Como si una inmensa pared separara su mundo del mío. YO atrapada en mi feliz vida pensé en todos los problemas que surgirían si lo llevara a mi casa, además quizás no querría ir (excusas para callar mi conciencia torturada).

Entonces ganó mi ser razonable que lleno de peros y respuestas coherentes rumiaban en mi interior. Un cúmulo de pensamientos me llevaban y me traían a ningún lado. Y como un largo cordón, quizás el mismo que nos alimenta durante nueve meses, uniéndonos a la vida,  o el mismo que  evita nuestra caída al piso cuando atamos los zapatos até todos mi deseos en un pequeño moño. Puede ser  que un cordón nos una y otro nos separe, situándonos en el pie derecho o en el izquierdo o lo que sería más real: con derecho o sin. Pero seguramente  es siempre el mismo cordón invisible que limita y que en su cualidad de serlo se torna tan visible que automatiza la visión.
Seguí observando al pequeño por un rato con la resignación de quien cree no tener el suficiente poder para hacer nada al respecto y a su vez con el inmenso egoísmo de quién se sabe esperado, amado y con un plato de comida que, certeramente, estará servido en su mesa.
Nueve de Julio. La estación. Solo un pensamiento: ¡ Libertad, libertad, ¿libertad?

Gabriela Abbruzzese es Gaby Abbru
 
 

 

martes, 13 de septiembre de 2011

Corrección personal del manifiesto



La idea de un blog con esta temática es sumamente confortable y y terrorífica a la vez. Es sumamente difícil para mi producir textos que reflejen a la mujer real de la vida cotidiana; quizás esto se deba a que mi intención se dirige hacia obtener un blog de género, no feminista. Tal vez ese sea el motivo por el cuál veo errores en el manifiesto o pensamientos mal expresados; voy a tomarme el atrevimiento de hacer una autocrítica del texto.
No creo que las injusticias, maltratos y humillaciones que sufrimos sea por culpa de los hombres. La opresión no es sexo contra sexo, sino clase contra clase.
Para explicar mi postura cito a Olga Cristóbal de su libro "Opresión y lucha de la mujer trabajadora" dónde explica: "La mujer no fuimos siempre el sexo oprimido y que la opresión tiene causas sociales y no biológicas ni naturales. Que la degradación de las mujeres coincide con el surgimiento de la sociedad de clase y sus instituciones".
Nosotras compartimos con los hombres las mismas humillaciones de la opresión de clase; pero las mujeres vivimos una segunda opresión que deriva de nuestro lugar en la producción capitalista.
Cuando aclaro en el manifiesto la "actitud pasiva" me refiero a la visión imperialista de que somos por naturaleza esposas y madres. La actitud pasiva no nos pide la sociedad, sino el sistema.
De alguna manera traté de ridiculizar dicha visión con los comentarios jocosos e informales en el manifiesto. Ahora lo leo y no creo haberlo conseguido del todo.
También corrijo del manifiesto la frase "basta de callarnos la boca", creo que está mal usada. Las mujeres no nos callamos, hablamos hace bastante tiempo pero no todas, todavía hay mujeres silenciadas y temas que no son debatidos. Acá todo se podrá discutir y expresado en distintas opiniones.
Es por esto que tanto perras como perros son cordialmente invitados a participar.
Sigo corrigiendo el manifiesto y pensando cuál es el rumbo que quiero llevar con esto.Creo que la temática implica pensar una y otra vez el motivo del espacio y creo que son uno de esos eternos borradores que requerirán una constante revisión.

domingo, 11 de septiembre de 2011

No quiero que te vayas


Esa noche esperaban a los abuelos al festejo. De repente, la voz del cartero. Su padre baja la larga escalera sonriendo. Seguro te mandan un telegrama desde San Juan, las tías abuelas que te quieren saludar por tu cumpleaños. Mientras subía los escalones, iba leyendo el texto, sus músculos se tensaban. Ella bajaba a su encuentro, entusiasmada, ¿y, papi, quién lo mandó la tía Chola, o Flor, o Tilza?
Era la primera vez que veía a su padre llorar como un chico. Es la abuela chiquita, dijo, se murió.
Así le decían, la abuela chiquita. Era menuda y arrugadita como una pasa, ese año estaba por cumplir los ochenta. Esa tarde cuando sopló el viento Zonda, la abuelita se descompensó y el cardiólogo que le hacía el control ni siquiera tenía un desfribilador en su consultorio. Se murió nomás, ese día de aire caliente y huracanado que cambia los humores de la gente.

¿Vés? Acá en esta foto está mi bisabuela paterna. Justo se vino a morir el día que yo cumplía los catorce. Me cagó el cumple la vieja. Mi papá estaba destrozado, encerrado en la pieza. Ella lo había criado prácticamente. Cuando mis abuelos llegaron, el abuelo Aquiles, que era el esposo de mi abuela, fue a consolarlo y todos atajaban a mi abuela Hebe para que no se enterara y se infartara con la noticia. Le dijeron que la abuelita estaba enferma y que tenía que irse para sus pagos. Esa noche viajaron ella y el Negro, mi papi, en avión a San Juan.

Emma Clementina Toro Concha había nacido en Chile, allá por los finales del siglo diecinueve. Bruno la enamoró y se la trajo para este país embarazada de su primera hija. En homenaje, esa niña se llamó Argentina Evelia.

Nunca más volví a Pocito. Pasaba todos los veranos ahí, en casa de la abuelita chiquita. Era fantástico, los cerros que casi los tocabas. Las gallinas, los chanchos, la parra, el cine de verano que quedaba al lado y nos subíamos al árbol para ver las películas, los almuerzos de los domingos donde se juntaba toda la familia y éramos como cuarenta. O las fiestas de los sábados que venían los amigos y se guitarreaba hasta el amanecer.

Tuvo diez hijos, vivos quedaron cinco. A pesar de su atareada vida, Emma cuidaba el detalle, siempre estaba con su cabello impecable, recogido con unas peinetas de carey, su vestido planchado, perfumada. En sus momentos de ocio se hacía el tiempo para tocar la guitarra y componer canciones.

Sabés que pensando en la temática del blog, de golpe recordé su canción, la que ella escribió. No sé si te conté antes, la que empezaba “No quiero que te vayas”. Qué increíble la abuelita tan coqueta, siempre olía a Violetas de Fulton. Y me di cuenta que mis vicios me vienen de ella: los caramelos y fumar. Mujer sometida que fue a los designios de su marido y luego de sus hijos y nietos. Su manifestación de rebeldía pasaba por armarse los cigarrillos con las sedas Ombú y el tabaco Mariposa. Con qué pericia los armaba, fumaba y echaba mucho humo, casi excesivamente.

Todos dormían la siesta, ese era su momento, para ella, única ocasión del día que se lo dedicaba íntegramente, egoístamente. Abrió la lata, sacó un caramelo, se lo metió en la boca. Sacó un papel de armar, lo colocó entre sus dedos, le agregó tabaco y comenzó a enrollar. Cada vez le quedaban mejor los cigarros. Con inmenso placer lo encendió y expelió la primera bocanada de humo. Entrecerró los ojos, estiró la mano, tomó la guitarra. Con los primeros acordes, se despejó la garganta, y comenzó a cantar con su voz clara:

“No quiero que te vayas
Ni quiero que te quedes
Ni que me dejes sola
Ni menos que me lleves.

Lo que me estás diciendo
Me está llegando al alma
Perdiendo voy la calma
Se me va, se me va y se me fue.”

Me hizo reír tanto esa letra. La abuela chiquita plasmó tan bien nuestros vaivenes, los femeninos digo. Los que son regidos por nuestras hormonas. “Te amo, te odio, dame más”, diría Charly García. Pero por lo general los hombres huyen despavoridos con nuestras reacciones. Obvio que parecemos locas, hasta a nosotras mismas nos resulta insoportable el sube y baja de nuestro nivel de estrógenos. Me gustaría ver qué haría el sexo masculino si su humor estuviera regulado por la luna. No soportan aceptarnos cuando estamos en la fase de nuestro lado oscuro. Si es tan simple, algunos días hay cuarto menguante, otros luna nueva, otros cuarto creciente, otros luna llena…
Me preguntás qué le diría a mi abuela chiquita si tuviera la oportunidad.
-Abuelita, ¡ellos no nos comprenden!

Cecilia Escobar es Chezu


sábado, 10 de septiembre de 2011

Relatos de heroínas anónimas


Serie de relatos de Heroínas Anónimas:

I  -  La abuela
II -  La panadera
III - La niña




I - La Abuela 

La Abuela María, con el rostro arrugado, con las marcas de una vida bien llevada y tranquila...
La Abuela María baja silenciosa por la calle que rodea el almacén, centro mismo de una larga caminata matinal. Y viene de lejos, cada y cuando, en busca de mercaderías esenciales. La Abuela María cuenta las pocas monedas que le quedan, sumando y restando para no fiar ni mendigar. 
La Abuela María con su pollera a cuadros, medias finas y chaleco apolillado de tan viejo. Ella sólo se preocupa por cubrir sus rodillas de vieja...y piensa en sus hijos que no la visitan hace tiempo, en sus nietos que aún desconoce y todo lo que ha sembrado en sus años dorados.
La Abuela María se acerca a la Iglesia, donde miles de veces hizo su descanso de viajero; hablándose en silencio con Dios, pidiéndole consejo, una ayuda que traiga pan y dinero. 
La Abuela María con sus zapatos arreglados, su cabello blancuzco y sus pies hinchados por caminos de tierra, baja la calle muy despacio, ayudada de una rama y bastones viejos.
La Abuela María en su caminata mastica sus penas de madre, porque no todos sus nenes han sido buenos. Ella reniega pero en su alma solitaria reza manteniendo esperanzas. Estando en su casa, trabajando o tejiendo se olvida de las penas, pero en sus caminatas las preocupación pesa en su alma de abuela.
¡Qué la tierra no permita que la Abuela María quede en el camino!. ¡Más bien haz que la vieja, cuando Dios la llame, duerma recordando familia y nietos, en su resignada soledad!.

II - La Panadera

Julia Mendez, clase 1920, como noventa y pico de años, guapa, trabajadora vital; ella es la panadera del pueblo, con su mula hambrienta y cesto viejo. Camina cantando muchas verdades y canciones al lechero, almacenero y a quién comparta su rutinaria caminata. 
Cuerpo cansado pero alma juvenil, Julia canta para los carnavales, canta sus coplas y memorizados poemas a su compadre, que buen homenaje se merece. Doña Julia vive con el joven Bautista, carnicero de ochenta años, cabeza calva, botas de llama, pantalón cubierto de sangre y tierra.
Doña Julia y el joven Bautista no les importa el registro civil, viven respetando las antiguas leyes y la famosa moral. ¿Por qué deberían tener un contrato social? si ellos se entienden, si así son felices, comiendo empanadas, tomando su alcohol.
Doña Julia visita todos los meses a sus hijos que emigraron para el pueblo. Ellos reemplazan en la ciudad sus ojotas por zapatos nuevos. Pero Doña Julia jamás cambia lo que es, es la vieja panadera y no se avergüenza; los zapatos le son incómodos y la ciudad le da terror.
¡Ah Doña Julia Mendez! heroína de nuestro género, ejemplo de mujeres; lleva en su rostro tanta experiencia dichosa como espíritu de independencia liberadora. 
 
III - La niña

Mis ojos son tristes y mi rostro frío, mis brazos fuertes y mis piernas flojas. Mis manos secas de trabajo y sumisión.
La gente al verme comenta: "Sólo seis años y ya no es una niña"

Detrás de mis llamas voy por la montaña, cargando mi crío bajo abrigo. Camino buscando algo de comida y mejor vida.
("Tiene seis años pero no es una niña")

Los años van pasando y yo me quedo. Raíces, piedras y pasto son mis caramelos, mi juguete un chivo o un pájaro solitario.
("Ha vivido poco y ya no es una niña")

Mis muñecas son cáctus viejos, mi maestra son las flores o el viento. Mi amigo es un lobito que vive cerca de mi refugio.
("Y es todo lo que tiene de su infancia")

No hay reyes magos, no hay ni regalos ni hamacas. No veo a mis hermanas ni  amigos de Santa Ana.
("Sólo seis años y ya no es una niña")

Mica Bernard es Reina Momo

jueves, 8 de septiembre de 2011

Manifiesto


¡Las mujeres quieren expresarse y los hombres piden escucharlas!

Este espacio es para oponerse a la visión pasiva que tiene la sociedad del género femenino, y para los luchadores de la igualdad que manifiestan su espíritu crítico como artístico.

¡Dejate de pelear con esa manchita en la cocina! Tomate uno mates, comete esas facturitas sin culpa y sacá toda la bronca que tenés en este blog! ¡Descargate de tu jefe, marido y suegra en nuestro foro! ¡Olvidate de Utilísima y su cocina no tan fácil! Mejor opiná sobre los distintos temas que vas a encontrar en este lugar pensado para VOS. Soltá la artista que tenés y comentá los distintos textos que subimos. ¡Animate a usar tu espíritu crítico y hacete expresar!

¡Porque las mujeres no tenemos que tener esa actitud pasiva que nos pide la sociedad, nosotras tenemos mucho para decir y queremos expresarlo! ¡Basta con los consejos de belleza y de cocina! ¡Basta con la perfección física y la búsqueda de juventud eterna! ¡Basta de callarnos la boca!

Toda mujer tiene algo para decir, ¡y este es el lugar!

Por eso, ¡no seas perra! y comentá el blog.


Reina Momo (Micaela)

martes, 6 de septiembre de 2011

El poder de la palabra


La palabra mujer implica y conlleva en sí un bagaje de estructura cultural que data de muchos siglos.  Eso significa que fuimos, esencialmente, educadas y preparadas para ser madres, amantes, esposas fieles y luego, con el paso de los años, también abuelas, pero siguiendo a pie juntillas la misma regla. Si nos remitimos al pasado siglo, en países como Japón la mujer debía caminar unos pasos detrás del hombre y en la actualidad se siguen cometiendo actos de barbarie en algunas culturas, sobre todo si se somete a alguna humillación dirigida al hombre; existen lugares donde aún se las obliga a casarse (cuando aún son unas niñas) y venderse como mercancía al mejor postor, así en el oriente las féminas deben taparse el rostro estando en público, dando el ostentoso mensaje de propiedad privada. 
Toda esa cultura de violencia psíquica y sometimiento  físico, en muchas ocasiones, no fue impuesta de un día al otro, sino que se remonta desde el comienzo de la sociedad.
La pregunta que siempre me hago es: ¿ porqué si somos tan frágiles físicamente, siempre fue necesario para el sexo masculino usar su fuerza para someternos? La respuesta no pude encontrarla, pero sí encontré otras a cambio de ella, por ejemplo, porque debimos usar todas nuestras artimañas para conseguir lo que hoy en día hemos logrado, independencia, derechos a tomar decisiones, poder elegir nuestro futuro, etc. También entendí el porque de la prostitución, como una necesidad de supervivencia, a quién se la conoce como “la profesión más antigua del mundo” o porque somos dueñas absolutas de una verborragia incontenible y con la cual podemos conseguir prácticamente todo lo que nos proponemos.
Bien dice Foucault, en el “Orden del discurso”: “…el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello, por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que uno quiere adueñarse”.
Es por eso, desde mi humilde conclusión, que las mujeres no somos especiales por aquello que cocinamos o por tener por naturaleza el sublime poder de la procreación, sino porque poseemos el temible, el alabado, el criticado, el odiado e insoportable, para muchos, “don de la palabra”.
E s ahora que dejo para mi próximo encuentro en este blog otra pregunta: ¿ en la actualidad somos tan débiles como queremos aparentar?

Gaby Abbru

Manifiesto

Debido a la polémica que aún suscita la temática del blog. Dicho manifiesto aún se encuentra en construcción.