Ardiente y Hormonal


 Esta sección intenta plasmar. en diversos textos, aquello que es inherente a nuestra condición femenina, tan vilipendiada la mayoría de las veces; procurando que el universo de subjetividad-mujer se vea reflejado a través de la corporalidad, la palabra y el imaginario femenino.

En esta díada que constituimos hombres y mujeres, bienvenimos las diferencias que producen encuentros y desencuentros entre ambos.


 


 No quiero que te vayas


Esa noche esperaban a los abuelos al festejo. De repente, la voz del cartero. Su padre baja la larga escalera sonriendo. Seguro te mandan un telegrama desde  San Juan, las tías abuelas que te quieren saludar por tu cumpleaños. Mientras subía los escalones, iba leyendo el texto, sus músculos se tensaban. Ella bajaba a su encuentro, entusiasmada, ¿y, papi, quién lo mandó la tía Chola, o Flor, o Tilza?
 Era la primera vez que veía a su padre llorar como un chico. Es la abuela chiquita, dijo, se murió.
Así le decían, la abuela chiquita. Era menuda y arrugadita como una pasa, ese año estaba por cumplir los ochenta. Esa tarde cuando sopló el viento Zonda, la abuelita se descompensó y el cardiólogo que le hacía el control ni siquiera tenía  un desfribilador en su consultorio. Se murió nomás, ese día de aire caliente y huracanado que cambia los humores de la gente.

¿Vés? Acá en esta foto está mi bisabuela paterna. Justo se vino a morir el día que yo cumplía los catorce. Me cagó el cumple la vieja. Mi papá estaba destrozado, encerrado en la pieza. Ella lo había criado prácticamente. Cuando mis abuelos llegaron, el abuelo Aquiles, que era el esposo de mi abuela, fue a consolarlo y todos atajaban a mi abuela Hebe para que no se enterara y se infartara con la noticia. Le dijeron que la abuelita estaba enferma y que tenía que irse para sus pagos. Esa noche viajaron ella y el Negro, mi papi, en avión a San Juan.

Emma Clementina Toro Concha había nacido en Chile, allá por los finales del siglo diecinueve. Bruno la enamoró y se la trajo para este país embarazada de su primera hija. En homenaje, esa niña se llamó Argentina Evelia.

Nunca más volví a Pocito. Pasaba todos los veranos ahí, en casa de la abuelita chiquita. Era fantástico, los cerros que casi los tocabas. Las gallinas, los chanchos, la parra, el cine de verano que quedaba al lado y nos subíamos al árbol para ver las películas, los almuerzos  de los domingos donde se juntaba toda la familia y éramos como cuarenta. O las fiestas de los sábados que venían los amigos y se guitarreaba hasta el amanecer.

Tuvo diez hijos,  vivos quedaron cinco. A pesar de su atareada vida, Emma cuidaba el detalle, siempre estaba con su cabello impecable, recogido con unas peinetas de carey, su vestido planchado, perfumada. En sus momentos de ocio se hacía el tiempo para tocar la guitarra y componer canciones.

Sabés que pensando en la temática del blog, de golpe recordé su canción, la que ella escribió. No sé si te conté antes, la que empezaba  “No quiero que te vayas”. Qué increíble la abuelita tan coqueta, siempre olía a Violetas de Fulton. Y me di cuenta que mis vicios me vienen de ella: los caramelos y fumar. Mujer sometida que fue a los designios de su marido y luego de sus hijos y nietos. Su manifestación de rebeldía pasaba por armarse los cigarrillos con las sedas Ombú y el tabaco Mariposa. Con qué pericia los armaba, fumaba y echaba mucho humo, casi excesivamente. 

 Todos dormían la siesta, ese era su momento, para ella, única ocasión del día que se lo dedicaba íntegramente, egoístamente. Abrió la lata, sacó un caramelo, se lo metió en la boca. Sacó un papel de armar, lo colocó entre sus dedos, le agregó tabaco y comenzó a enrollar. Cada vez le quedaban mejor los cigarros. Con inmenso placer lo encendió y expelió la primera bocanada de humo. Entrecerró los ojos, estiró la mano, tomó la guitarra. Con los primeros acordes, se despejó la garganta, y comenzó a cantar con su voz clara:

“No quiero que te vayas
Ni quiero que te quedes
Ni que me dejes sola
Ni menos que me lleves.

Lo que me estás diciendo
Me está llegando al alma
Perdiendo voy la calma
Se me va, se me va y se me fue.”

 Me hizo reír tanto esa letra. La abuela chiquita plasmó tan bien nuestros vaivenes, los femeninos digo. Los que son regidos por nuestras hormonas. “Te amo, te odio, dame más”, diría Charly García.  Pero por lo general los hombres huyen despavoridos con nuestras reacciones. Obvio que parecemos locas, hasta a nosotras mismas nos resulta insoportable el sube y baja de nuestro nivel de estrógenos. Me gustaría ver qué haría el sexo masculino si su humor estuviera regulado por la luna. No soportan aceptarnos cuando estamos en la fase de nuestro lado oscuro. Si es tan simple, algunos días hay cuarto menguante, otros  luna nueva, otros cuarto creciente, otros luna llena…
Me preguntás qué le diría a mi abuela chiquita si tuviera la oportunidad.
-Abuelita, ¡ellos no nos comprenden!

Cecilia Escobar es Chezu