lunes, 24 de octubre de 2011

¡Dejá de mirame las tetas, degenerado!

          Al ver a la cincuentona acercarse desde la avenida, el Pipa y Beto -que como de costumbre tomaban unas birras echados en la esquina de Brown y Dorrego- se miraron con complicidad y prepararon en silencio el material. Acompañaron su pasar con la mirada, tensando un silencio sospechoso, y esperaron a que se alejara algunos metros antes de soltar la guasada:

           -Cuanta salúd, doña! -disparó Beto, con cierto reparo-

           -Dejame morder ese saché de leche, mamasa...! -dejó deslizar el otro sinvergüenza libidinoso-.

          Doña Marga, que venía con un humor de mil demonios a causa del escandaloso aumento del tomate perita, estalló en cólera y apretando con rabia la bolsa del mercado se volvió hacia ellos para contestar:
          -¡Guarangos de mierda! ¡¿No tienen un carajo que hacer?!
          -No se enoje doña, si es un halago... -respondieron casi a coro, con la intención de evitar el escándalo, al ver que la gorda se les venía encima con la mirada prendida fuego y armada de una bolsa rebosante de verdura-.
          -¡Halago un carajo! Cada vez que paso por acá tengo que aguantar que me griten alguna guasada!. ¿Que se creen? ¡Yo soy una Señora!. Estoy harta de ustedes dos, se acabó acá: o la cortan o les voy a enseñar respeto a patadas.
          -Uheee! Tranquilizesé un poco doña. Si tanto le molesta vaya por otro lado... ¿Para qué pasa por acá todas las tardes?
          -¡¿Y a vos que mierda te importa por dónde camino? Yo voy al Chino por donde se me canta la ganas!

         (El Pipa fingía escuchar, pero lo delataba una mirada concupiscente...)

         -¡Dejá de mirarme las tetas, degenerado!

         -Bué... que quiere... si sale con ese escote... quien la entiende.

         -Que hay que entender? Si me quiero vestir así me visto, no te voy a pedir permiso a vos, desubicado. Además... bah... mirá a quien le voy explicar. -Respondió Marga con hastío y un evidente gesto de desprecio-

         -Mire, haga lo que quiera... mal no le queda. Digo, está bastante bien... para su edad. -replicó Pipa con saña-

        -Callate boludo... -Lo frenó Beto-. Luego se volvió hacia la mujer: -Disculpe si la fendimos señora, era un piropo, con todo respeto-.

        Doña Marga frunció aún más el ceño y se lo quedó mirando un breve instante, suficiente para dejar claro en el gesto que no se iba a dejar tomar por tonta. 
        -¿Qué? Nahhh... vos sos un caradura y un desubicado. ¿De qué respeto me hablás? Lo de ustedes no son piropos, ¡son puras guarradas!. ¿Te creés que no escucho, que soy boluda yo? Hoy fué él, pero ayer fuistes vos desgraciado, yo te escuché.... mirá... ¡no me atrevo ni a repetir la barrabasada que te mandaste! ¿Te parece algo para decirle a una mujer? ¿A una señora? ¡¿Decís respeto?! ¡No tenes cara!. Ya estoy harta. Están todo el día chupando, falopeandose acá... Si les vuelvo a escuchar una más de las suyas les mando a la policía.

        El par de muy canallas, que hasta entonces apenas podía disimular la carcajada tras el gesto indeleble de la alegría etílica, se puso serio de repente al escuchar la palabra mágica:

        -No meta a la cana señora, que acá en el barrio nos conocen todos, nosotros no jodemos a nadie.

        -Seee... Disculpe si nos zarpamos, pasa que a veces tomamos un poco de más y se nos escapa algún berretín... vió... pero no somos mala gente, no se ofenda.

         La disculpa era, claramente, pura diplomacia barrial. Pipa y Beto solían divertirse a diario con Marga, y con cualquier otra que se cruzara por ahí. En cierto sentido era un deporte: competían en decir la guarangada mas zarpada, oportuna o ingeniosa. Ocasionalmente, con alguna piba bonita, podían llegar a ser un poco más sutiles, a veces hasta ensayar un intento de dulzura... pero por algún motivo jamás conseguían su atención en sentido positivo. Lo más que lograban, en el mejor de los casos, era polarizar y exremar un desprecio del que, a priori, ya se sentían objeto. Cada mina que pasaba los miraba con prejuicio y rechazo -si no con liso y llano asco- y la grosería resultaba para ellos una forma quizás un tanto imbecil pero divertida de vengarse... o al menos de pasar el rato.

         Doña Marga, que no era ninguna estúpida, comprendía perfectamente la carga y motivo de los burdos “piropos” de que la hacían objeto y víctima... pero usualmente no hacía más que pasar de largo con la frente en alto y sin hacer mucho caso. Nadie lo sabía mejor que ella: cincuentiseis años, la vida sedentaria, tres partos y un pésimo marido habían hecho estragos con su antaño envidiable figura. Apenas sus pechos habían sobrevivído medianamente atractivos la hecatombe general y, siendo la unica parte de su cuerpo por la cuál aún sentía algún orgullo al mirarse al espejo, gustaba de exhibirlos un poco, sin complejos, pero cuidando no exagerar, porque nunca perdía de vista el miedo a quedar como una cualquiera frente a las vecinas. Para ella estaba claro: no pretendía provocar a nadie, sólo se vestía de la manera que la hacía sentir bien. En el fondo disfrutaba, conciente o no de ello, el llamar un poco la atención. (Se sabe que las vecinas, de cualquier forma, sea por envidia o moralina, siempre intepretan los escotes de la misma manera).

         Teniendo en cuenta esto, es probable que haya sido más el coraje acumulado que las inapropiadas vulgaridaes de estos tipos lo que despertó la violenta reacción de Doña Marga... aunque tambień es cierto que esta vez, sin quererlo, habian resultado un tanto agresivos.

         Como sea, parecía que tras el estallido y descarga histérica la doña había empezado a calmarse. La amenaza había el surtido el efecto deseado y ella sintió que tomaba el control. El cambio de actitud era evidente, y había conseguido que ambos se disculparan por la afrenta con el mayor respeto que eran capaces de fingir. El chamuyo de Beto -un talentoso en esto de hacerse el gil- había contribuido en bajarle un poco la espuma al asunto y, desestimada la amenaza, volvían a proponer su pegajosa mueca de sonrisa como gesto de paz. Marga seguía considerándolos un par de atorrantes desubicados pero, tras descubrirlos tan inofensivos, comenzaban a caerle casi tan simpáticos como a todo vecino que los llegaba a conocer.

                             Continuará... (en breve, lo prometo)

miércoles, 5 de octubre de 2011

Aquí estamos en lucha



Parte Dos: ESCLAVITUD SEXUAL

El tráfico de mujeres es el tercer negocio a nivel mundial, dejando ganancias cercanas a los $40.000 millones de dólares.
Las redes de tratas están sostenidas y amparadas por el Estado de cada país siendo partícipes del negocio. Las Naciones Unidas en el 2005 denunciaron que en nuestro país el tráfico de trata se multiplicó y desde el 2008 se hicieron conocidos distintos centros esparcidos por el territorio nacional. Pero esto no detiene el avance de este negocio que está presente hasta en los pueblos más pequeños, que tienen por lo menos un prostíbulo.
Más del 80% de las mujeres entran a la prostitución sin su consentimiento. Muchas son engañadas con un trabajo mejor, otras son secuestradas para empezar a formar parte de un ganado perteneciente a distintos dueños. Según la Organización Mundial del Trabajo, $5.000 es la cifra más alta que se pagó en la Argentina por una esclava sexual y $150 el monto menor. Cuanto más menor es la víctima, mayor es su rentabilidad y precio de venta. Una sola niña puede llegar a generar $130.000 dólares al año.
Miles de mujeres son secuestradas, trasladadas a kilómetros de sus casas y obligadas a prostituirse; si se niegan, los castigos varían: sufrir reiteradas violaciones, falta de comida, violencia tanto física como mental, incluyedo en el final la muerte. La policía sabe de los prostíbulos; gracias a un pequeño porcentaje que tienen de las ganancias, otorgan zonas liberadas y resguardo. Lo mismo pasa con los intendentes y algunos funcionarios del poder judicial que otorgan protección a los tratantes. También es cierto que algunos jueces y fiscales han denunciado e investigado la trata de personas para la explotación sexual, pero a notable vista podemos observar que la buena intención de algunos pocos no alcanza para terminar con semejante atrocidad cometida hacia nuestro género.

La ley 26.364

La nueva ley 26.364 “Prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas” fue sancionada y promulgada a partir de abril del 2008. Esta ley es producto de la movilización impulsado por una gran parte de la población. Si bien esta ley debe proteger a las víctimas, todavía le falta mucho para lograr un objetivo completo. Por un lado, diferencia a las victimas entre mayores de 18 años y menores (¿acaso la explotación no es la misma sin importar la edad de una mujer?). Además, el primer contacto que deben tener las mujeres secuestradas es con un policía (¿un cómplice de su sufrimiento debe protegerlas?). Finalmente, la victima debe presentar la denuncia y mostrar las pruebas del delito cometido (¿cómo hacen para enfrentarse a su esclavizador o explotador de tanto tiempo?). En mi opinión, el Estado es el que se debe encargar de protegerlas y perseguir a sus captores. Como tantas leyes que han salido en los últimos años, son conquistas de la lucha pero no llegan al fondo con el problema.

Si se meten con una, se meten con todas

Los intentos de secuestro y desaparición de personas aumentan. Debemos exigir a las autoridades el desmantelamiento de los prostíbulos y medidas fuertes contra la trata de personas. Todas podemos ser víctimas de la esclavitud y explotación sexual. Rompamos el silencio en cada rincón del país: Si se meten con una, se meten con todas.

Aquí estamos de pie



Parte Uno: VIOLENCIA SEXUAL

"El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres".
Simone De Beauvoir.

La sexual es la forma más brutal de violencia que acarrea diferentes traumas físicos y mentales para las víctimas (la mayoría mujeres jóvenes), así como el contagio de enfermedades por vía de transmisión sexual y el riego de embarazos no deseados.
¿Por qué algunos hombres se sienten con el derecho de adueñarse del cuerpo de una mujer? Tal vez se deba a la imposición de roles que deben cumplir ambos sexos dentro de este sistema. Culturalmente se impone un estereotipo sexista que justifica la superioridad de los hombres y su derecho sobre las mujeres. El Estado no protege a las víctimas ni otorga presupuesto para evitar hechos de violencia o para asistirlas. Esta violencia está enlazada con la dominación entre varones y mujeres, algo que se puede observar a diario en diferentes ámbitos tales como el trabajo dónde los jefes sienten el derecho de abusar de sus empleadas. La doble opresión que sufrimos las mujeres consiste en que por un lado, somos oprimidas junto a la totalidad de nuestro pueblo y por otra parte, como mujeres sufrimos una opresión específica que nos impone un lugar reservado en los quehaceres domésticos o un lugar de objeto de exhibición en los medios.
La mayoría de las violaciones no son denunciadas y muchas veces las víctimas son perseguidas poniendo en duda su testimonio. Muchas veces, las víctimas sienten que nada podrá reparar el daño sufrido. Además saben que serán prejuzgadas o se dudará de su relato. El silencio de las mujeres se debe al temor de las represalias, la vergüenza y el sentimiento de culpa. ¿Dónde pueden ir en busca de ayuda las víctimas de la violencia sexual si hay funcionarios que actúan pensando que detrás del ataque masculino , hay siempre una mujer provocadora? De esta manera, el Estado se vuelve cómplice por acción y por omisión.

La ley 25.087

En 1999 se sancionó la Ley 25.087 que modificó el Capítulo del Código Penal sobre los delitos sexuales, entre los que se incluyen las violaciones y abusos sexuales. La nueva ley distingue entre la violación, abuso sexual calificado y abuso sexual. Sin embargo esta ley debe ser revisada y mejorada por los funcionarios para proteger con mayor exactitud a las víctimas de la violencia de género.

No es no

El poder mantiene silencio y se vuelve cómplice de estos maltratatos persiguiendo incluso a las víctimas. Pero nosotras no somos así, tienen que entender que cuando una mujer dice no, es no. Por eso, debemos seguir luchando para la declaración de Emergencia en Violencia Sexual Contra la Mujer en todo nuestro país. Que se escuchen los gritos de las mujeres repudiando el maltrato de género y que alcen sus voces para un pedido inmediato de soluciones.




Reina Momo (Micaela Bernard)