Al ver a la cincuentona acercarse desde la avenida, el Pipa y Beto -que como de costumbre tomaban unas birras echados en la esquina de Brown y Dorrego- se miraron con complicidad y prepararon en silencio el material. Acompañaron su pasar con la mirada, tensando un silencio sospechoso, y esperaron a que se alejara algunos metros antes de soltar la guasada:
-Cuanta salúd, doña! -disparó Beto, con cierto reparo-
-Dejame morder ese saché de leche, mamasa...! -dejó deslizar el otro sinvergüenza libidinoso-.
Doña Marga, que venía con un humor de mil demonios a causa del escandaloso aumento del tomate perita, estalló en cólera y apretando con rabia la bolsa del mercado se volvió hacia ellos para contestar:
-¡Guarangos de mierda! ¡¿No tienen un carajo que hacer?!
-No se enoje doña, si es un halago... -respondieron casi a coro, con la intención de evitar el escándalo, al ver que la gorda se les venía encima con la mirada prendida fuego y armada de una bolsa rebosante de verdura-.
-¡Halago un carajo! Cada vez que paso por acá tengo que aguantar que me griten alguna guasada!. ¿Que se creen? ¡Yo soy una Señora!. Estoy harta de ustedes dos, se acabó acá: o la cortan o les voy a enseñar respeto a patadas.
-Uheee! Tranquilizesé un poco doña. Si tanto le molesta vaya por otro lado... ¿Para qué pasa por acá todas las tardes?
-¡¿Y a vos que mierda te importa por dónde camino? Yo voy al Chino por donde se me canta la ganas!
(El Pipa fingía escuchar, pero lo delataba una mirada concupiscente...)
-¡Dejá de mirarme las tetas, degenerado!
-Bué... que quiere... si sale con ese escote... quien la entiende.
-Que hay que entender? Si me quiero vestir así me visto, no te voy a pedir permiso a vos, desubicado. Además... bah... mirá a quien le voy explicar. -Respondió Marga con hastío y un evidente gesto de desprecio-
-Mire, haga lo que quiera... mal no le queda. Digo, está bastante bien... para su edad. -replicó Pipa con saña-
-Callate boludo... -Lo frenó Beto-. Luego se volvió hacia la mujer: -Disculpe si la fendimos señora, era un piropo, con todo respeto-.
Doña Marga frunció aún más el ceño y se lo quedó mirando un breve instante, suficiente para dejar claro en el gesto que no se iba a dejar tomar por tonta.
-¿Qué? Nahhh... vos sos un caradura y un desubicado. ¿De qué respeto me hablás? Lo de ustedes no son piropos, ¡son puras guarradas!. ¿Te creés que no escucho, que soy boluda yo? Hoy fué él, pero ayer fuistes vos desgraciado, yo te escuché.... mirá... ¡no me atrevo ni a repetir la barrabasada que te mandaste! ¿Te parece algo para decirle a una mujer? ¿A una señora? ¡¿Decís respeto?! ¡No tenes cara!. Ya estoy harta. Están todo el día chupando, falopeandose acá... Si les vuelvo a escuchar una más de las suyas les mando a la policía.
El par de muy canallas, que hasta entonces apenas podía disimular la carcajada tras el gesto indeleble de la alegría etílica, se puso serio de repente al escuchar la palabra mágica:
-No meta a la cana señora, que acá en el barrio nos conocen todos, nosotros no jodemos a nadie.
-Seee... Disculpe si nos zarpamos, pasa que a veces tomamos un poco de más y se nos escapa algún berretín... vió... pero no somos mala gente, no se ofenda.
La disculpa era, claramente, pura diplomacia barrial. Pipa y Beto solían divertirse a diario con Marga, y con cualquier otra que se cruzara por ahí. En cierto sentido era un deporte: competían en decir la guarangada mas zarpada, oportuna o ingeniosa. Ocasionalmente, con alguna piba bonita, podían llegar a ser un poco más sutiles, a veces hasta ensayar un intento de dulzura... pero por algún motivo jamás conseguían su atención en sentido positivo. Lo más que lograban, en el mejor de los casos, era polarizar y exremar un desprecio del que, a priori, ya se sentían objeto. Cada mina que pasaba los miraba con prejuicio y rechazo -si no con liso y llano asco- y la grosería resultaba para ellos una forma quizás un tanto imbecil pero divertida de vengarse... o al menos de pasar el rato.
Doña Marga, que no era ninguna estúpida, comprendía perfectamente la carga y motivo de los burdos “piropos” de que la hacían objeto y víctima... pero usualmente no hacía más que pasar de largo con la frente en alto y sin hacer mucho caso. Nadie lo sabía mejor que ella: cincuentiseis años, la vida sedentaria, tres partos y un pésimo marido habían hecho estragos con su antaño envidiable figura. Apenas sus pechos habían sobrevivído medianamente atractivos la hecatombe general y, siendo la unica parte de su cuerpo por la cuál aún sentía algún orgullo al mirarse al espejo, gustaba de exhibirlos un poco, sin complejos, pero cuidando no exagerar, porque nunca perdía de vista el miedo a quedar como una cualquiera frente a las vecinas. Para ella estaba claro: no pretendía provocar a nadie, sólo se vestía de la manera que la hacía sentir bien. En el fondo disfrutaba, conciente o no de ello, el llamar un poco la atención. (Se sabe que las vecinas, de cualquier forma, sea por envidia o moralina, siempre intepretan los escotes de la misma manera).
Teniendo en cuenta esto, es probable que haya sido más el coraje acumulado que las inapropiadas vulgaridaes de estos tipos lo que despertó la violenta reacción de Doña Marga... aunque tambień es cierto que esta vez, sin quererlo, habian resultado un tanto agresivos.
Como sea, parecía que tras el estallido y descarga histérica la doña había empezado a calmarse. La amenaza había el surtido el efecto deseado y ella sintió que tomaba el control. El cambio de actitud era evidente, y había conseguido que ambos se disculparan por la afrenta con el mayor respeto que eran capaces de fingir. El chamuyo de Beto -un talentoso en esto de hacerse el gil- había contribuido en bajarle un poco la espuma al asunto y, desestimada la amenaza, volvían a proponer su pegajosa mueca de sonrisa como gesto de paz. Marga seguía considerándolos un par de atorrantes desubicados pero, tras descubrirlos tan inofensivos, comenzaban a caerle casi tan simpáticos como a todo vecino que los llegaba a conocer.
Continuará... (en breve, lo prometo)